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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Pensamientos obsesivos o repetitivos

Pensamientos obsesivos o repetitivos

¿Quién no ha vivido una situación en la que no se puede quitar de la cabeza una conversación mantenida con otra persona que  nos dejó insatisfechos?,
 
Entonces a solas, damos vueltas a la conversación y entramos en un diálogo interior en el que nos decimos: “tendríamos que haber dicho esto y aquello y lo demás allá”. En ocasiones nos recriminamos por habernos quedados bloqueados o incluso aparece cierta sensación de humillación por no haber “dado la talla”,… pero no conseguimos salir de ahí.

El motivo, es por que intentamos solucionar el problema utilizando lo mismo que lo ocasionó, no buscamos contemplar el suceso desde otra perspectiva,

Ante esta situación podemos preguntarnos: ¿Exactamente, que es lo que he dejado de manifestar? ¿A qué emoción o sentimiento corresponde? ¿Qué necesidad personal he obviado o relegado?

Un buena manera de intentar descifrar que se hay detrás de este comportamiento sería intentar recordar ocasiones similares en las que hemos reaccionado de la misma manera y comprobar que las situaciones se van repitiendo y casi siempre siguen un mismo patrón. Podrían corresponder a una falta de hábito en expresar nuestras necesidades o nuestros sentimientos y una tendencia a posponerlos o dar preponderancia al punto de vista contrario, muchas veces por un sentimiento escondido de falta de merecimiento. O tal vez a un aprendizaje hecho en la infancia en el que se nos instó a no confrontar, es decir a “agradar”, “obedecer” y  “dar la razón” y sería un “mensaje” interiorizado de no discutas: obedece, no preguntes, no pienses, tú no sabes nada, no te atrevas a ser tú, etc.

En nuestra vida adulta podemos repetir ese mismo patrón, olvidándonos de lo que sentimos y en muchas ocasiones cuestionándonos internamente si es “razonable” que nos sintamos de esa manera. Lo que sentimos no es ni razonable ni irracional, sencillamente ES. Y es importante que como primer paso, aceptemos la emoción que sintamos, sin cuestionarla o determinar que tal vez no sea “adecuada” o “a proporción”. Si la sentimos, tenemos todo el derecho a respetarla y manifestar que nos sentimos de esa manera. Asumiendo que es lo que sentimos nosotros ante lo que estamos experimentado, es decir sin recriminar la situación o las personas. Si no, que ante lo que se está vivenciando, uno se siente ASI.

Para poder expresar lo que sentimos es necesario e imprescindible que lo conozcamos, que sepamos como es nuestro mapa emocional qué tendencias emocionales tenemos. Tarea que se presenta difícil en una sociedad en la que se da preponderancia a la mente o pensamiento, dejando  el sentir, las emociones y los sentimientos relegados e ignorados; causando una auténtica ignorancia o confusión ante lo que realmente sentimos. Esto se pone especialmente de manifiesto en personas cuya educación fue sistemáticamente inhibidora de sus emociones a las que se le enseñó a obedecer o complacer a los progenitores o educadores sin tregua.

Retomando el enunciado: si en lugar de dar vueltas y “revivir” mentalmente la conversación, la vivencia o la situación que nos tiene “atrapados”, detuviéramos nuestros pensamientos y nos situáramos con las manos sobre el corazón, preguntándonos qué sentimiento, emoción o sensación omitimos en aquella vivencia, a buen seguro lo descubriremos exactamente. Obteniendo una herramienta inestimable para utilizarla en la próxima ocasión, rompiendo los patrones repetitivos y alcanzar a comportarnos con total libertad.

Poniendo luz en nuestra oscuridad interior iniciaremos el camino del equilibrio.

Maria Dolors Pozo

sábado, 20 de noviembre de 2010

Acerca de la envidia

Acerca de la envidia


Escuchaba atentamente a mi mejor amiga, contarme por enésima vez lo enfadada, furiosa y airada que estaba con su cuñada.

Todos los adjetivos que le dedicaban eran un ramillete de rayos y truenos, donde cualquier atributo positivo se convertía en su boca en cualquier cosa deleznable.
Total que cualquiera que la escuchase diría que la odiaba terriblemente.

Viendo el color rojo que estaba coloreando sus mejillas, me atreví con sumo cuidado a preguntarle, si no había alguna virtud o cualidad que la adornase.

-¡Qué dije! Los improperios fueron aún mayores hasta que consumiendo el fuego típico del enfado, fue calmándose hasta confesarme que realmente le dolía terriblemente que tuviese tanta suerte, un marido amantísimo, hijos inteligentes y un hogar de película…

-¡Ya! Le dije. –O sea ¿que le tienes una envida del tamaño de una catedral?

Ahora su cara se quedó lívida, abrió la boca y sus mejillas descenderieno unos milímetros en una mueca de estupor.
Le faltaba el aire y hasta tuve que darle unos golpecitos en la espalda.

-¡Tranquila, mujer! Respira hondo.
-No es para que ponerse así. Total, resulta que te mueres de amor por ella

-¡¿Qué? –gritó
-¡Créeme no la puedo ver!

-Me parece que no. Me parece que lo que te pasa es que la amas tanto que quisieras ser ella…

Otra vez, el color coloreó sus mejillas, pero esta vez de una tonalidad rosada.

Comprendí que estaba confundida, no sabía que pensar y eso era la señal inequívoca de que había dado en el blanco.

Mira, tranquilízate y piensa detenidamente en todo lo que te gustaría tener de ella, pero esta vez no te quedes en lo material. Piensa en los aspectos de su personalidad, en sus virtudes, habilidades, etc.

….

-¿Las tienes claras?

-…si…

Dime, todas esas cualidades son admiradas por ti, ¿verdad?
-Pues si…

Entonces, que yo sepa, solemos admirar y desear para nosotros todo lo que consideramos lo mejor, lo más preciado, lo bello, lo bondadoso…. Y eso es un tipo de amor, porque generalmente, deseamos para nosotros lo mejor…

-Tienes envidia de tu cuñada, porque la ves estimable, digna de amor…. O sea la amas

-¿Lo comprendes ahora?

Mi amiga seguía confundida pero los rasgos de su cara se iban relajando y casi esbozó una suave sonrisa, al tiempo que un destello brilló en sus ojos.

-Creo que entiendo a lo que te refieres. La veo tan brillante, tan genial que me molesta no ser como ella…
¿es eso?

-Si… algo así, pero hay más.

-¿Qué?

Te enfada la idea de que tu careces de esas cualidades y eso también es un error de planteamiento.

-Pero… si es verdad, yo no se cocinar como ella…, por ejemplo.

-Como ella, no, pero sabes cocinar como tú misma y eso es suficiente.

No podemos ser como otro, pero podemos ser completamente como nosotros mismos, especialmente si nos centramos en potenciar y mejorar nuestras propias habilidades, en lugar de envidiar, criticar o rebajar las de aquellos seres que por la razón que sea las han desarrollado “antes” que nosotros. Además el intento de disminuir al otro, no hará de ninguna manera que nosotros “aumentemos” en ningún sentido.

También podemos ser conscientes de que “deseamos” ardientemente esas cualidades y ponernos en marcha para conseguirlas.

Y aún hay más…. Y esto es lo mejor de todo, podemos alegrarnos de compartir nuestra existencia con seres que son como faros en nuestras vidas, marcándonos el camino que deseamos tomar y sentir en nuestro interior que nos pertenecen y les pertenecemos, que en realidad no hay ninguna separación entre ellos y nosotros.

Es la creencia  de ser seres independientes la que nos hace falsamente creer que estamos carentes de las cualidades que tanto amamos y deseamos, teniendo en cuenta que desde el momento que las deseamos, ya están en nuestro interior
como cualidades, eso sí todavía por desarrollar completamente. Nos tocará, entonces,  en cuanto a la personalidad, ponernos en marcha para ir desarrollándolas hasta convertirlas en una realidad patente en nuestras vidas.

-Bueno, ¿Qué tal tu enfado?
-¿Sabes una cosa? Se ¡esfumó!

 Maria Dolors Pozo








miércoles, 17 de noviembre de 2010

Automatismos


En un encuentro entre amigas, una cena, me di cuenta de la cantidad de cosas que hacemos automáticamente, por imitación y con ausencia absoluta de conciencia.

Una de las participantes prefirió una tortilla francesa, en lugar de la comida que entre todas habíamos elaborado.
La anfitriona se dispuso a cocinarla y para ello extrajo del compartimento de las sartenes, la que ella solía utilizar para este plato.

Observé con asombro que la sartén en cuestión, era exageradamente grande para una simple tortilla a la francesa, y le pregunté a mi amiga el motivo de utilizar un utensilio tan grande para tan exiguo plato.

Sin inmutarse, me contestó que era la sartén que solía utilizar para las tortillas. Insistí preguntando si también para las tortillas de un solo huevo.

Mi amiga interrumpió la preparación del plato para inquirirme a qué se debía  mi sorpresa.

Le dije  que tenía a su disposición varias sartenes, entre ellas, una de menor tamaño, más idónea para la tortilla.

Visiblemente contrariada, mi amiga me respondió que “esa era la sartén de las tortillas”.

No era mi intención iniciar una discusión absurda sobre las preferencias de las sartenes, pero no acababa de comprender el motivo “real” de esa decisión.

Finalmente, mi amiga, dándose  cuenta de que había algo de lógica en mi observación, reflexionó un momento y me explicó que sencillamente había copiado la costumbre de su madre de utilizar una sartén grande para hacer tortillas.

Ante mi silencio, ella misma llegó a la conclusión:

“¿Sabes?, acabo de comprender que mi madre tenía una sola sartén en la cocina”
-      Pero, ese no es tu caso ¿verdad? - Le dije

La manera de colocar los utensilios de cocina, en el baño o incluso en el armario ropero, suele estar impregnado de aprendizajes infantiles que jamás fueron cuestionados, lo mismo que otras actitudes que nos cuesta cambiar por estar incluidas de manera inamovible en nuestra vida.

Prestar atención a la forma en que nos manejamos en lo cotidiano, nos puede proporcionar una comprensión profunda de la cantidad de hábitos que sencillamente, jamás cuestionamos y que podemos desbaratar, reciclar, mejorar o incluso cambiar completamente en cuanto seamos conscientes.

Lo mismo ocurre en nuestra forma de pensar

¿Cuántos planteamientos  de vida son realmente genuinamente nuestros?

Maria Dolors Pozo

sábado, 6 de noviembre de 2010

Pensar bien, pensar mal

Pensar bien, pensar mal.


El otro día conversando con una amiga,  me contaba que estaba sorprendida porque no podía contactar con un familiar y empezó a explicar que lo más probable es que no quisiera ponerse al teléfono, o que tal vez le hubiera pasado algo terrible, et. Le pregunté cual era la razón de pensar en cosas tan dramáticas y si se había planteado que tal vez estaba muy ocupado o sencillamente deseaba aislarse una temporada sin que eso significase ruptura u olvido. Mi amiga insistía en que eso no era posible, y añadía un sin fin de argumentos que más parecían tema para una novela que algo posible.

Después de este encuentro. caí en la cuenta de la tendencia que tenemos a veces de pensar en el lado malo de las cosas,  de adivinar las “malas intenciones” de los demás, o sencillamente esperar “lo peor”.

¿Os pasado alguna vez? Supongo que si,  todos hemos vivenciado esto ante situaciones importantes en nuestra vida. En las relaciones familiares, de amistad o en definitiva de cualquier índole. Pensamientos de sospecha que nos han empujado a sencillamente  “pensar mal” de alguien “a priori”.

¿Qué es lo que nos empuja, de ambas opciones, a que escoger  la negativa o la peor? ¿el miedo? ¿orgullo, tal vez? ¿Cómo es que en situaciones inusuales, optamos por ese lado tremendista? Realmente, aquel conocido refrán de “Piensa mal y acertarás”, ¿se ha corroborado tanto en nuestras vidas?, o en la mayoría de situaciones en las que nos ha asaltado la duda y después de debatirnos en un montón de imaginarias situaciones, siempre fatalistas, ¿han devenido finalmente en una lógica, natural, totalmente clara explicación y en definitivo con buena resolución?. Seguro que en la mayoría de los casos ha sido lo último ¿Verdad?

Entonces, de ¿dónde surge esta tendencia a desconfiar?

En mi experiencia, he comprobado que muchas veces anticipamos lo negativo en un intento de evitarnos sufrir con lo real y entonces lo que hacemos es sufrir “por adelantado”. Hacemos  algo así como para que “no nos pillen por sorpresa” anticipo el sufrimiento, ya que entonces la frustración causada se nos antoja más doloroso por inesperada.

Y, en vuestra experiencia ¿De donde surge esta reacción?

Si en lugar de anticipar un acontecimiento, bien sea bueno o malo, silenciaramos nuestra mente poniendo freno a nuestra imaginación y  esperásemos a que éstos nos muestren la realidad, sabiendo que en el caso de que ésta fuese adversa, por lo menos, nos habremos ahorrado uno de los dos sufrimientos, además viviríamos la experiencia como única, como lo que es, sin la distorsión que causa la influencia de la imaginación.

Instalarse en el presente nos brinda la oportunidad de afrontar cada experiencia, cada nueva situación, sin el filtro de lo experimentado en el pasado que probablemente nos incitaría a reaccionar de la misma manera conocida, impidiendo afrontar cada nuevo reto con recursos nacidos de nuestro continuo desarrollo personal.

Maria Dolors Pozo

lunes, 1 de noviembre de 2010

Asumiendo la propia opinión

Imagen: ¿Qué ves, una pareja o.... un bebé?


Asumiendo la propia opinión

Una de las dificultades mayores a la hora de ponerse de acuerdo con otra persona que sostiene un punto de vista, opinión diferente, o totalmente opuesto al nuestro, consiste en enfocar ambos puntos de vista como verdades absolutas.

Si para defender una opinión optamos por expresarla desde “es mi punto de vista” o “es como yo lo veo”, “es mi opinión”, en lugar de “ES ASI”, o situarnos en una defensa a ultranza partiendo de la base de que es una opinión inamovible o “la única verdad”, nos será difícil llegar a ningún tipo de acuerdo o aproximación a otra forma de pensamiento o criterio.

Aferrándonos a nuestro punto de vista en una actitud totalmente cerrada  por expresarla desde la única posibilidad, nos imposibilitamos a escuchar la otra forma de pensamiento, negándonos la posible información o planteamientos nuevos, desconocidos y enriquecedores que tal vez nos permitirían ampliar los conceptos propios.

El simple planteamiento de asumir que es “nuestro” punto de vista no “el único”, permite que las barreras existentes entre dos posiciones enfrentadas, sean movibles, capacitando a ambas partes a un acercamiento para una mayor comprensión de la situación objetiva y facilitando un posible acuerdo válido para ambas partes.

Pero esta no es la única ventaja; cuando utilizamos un lenguaje que expresa nuestro punto de vista subjetivo, estamos asumiendo y admitiendo que es el nuestro y nos permite responsabilizarnos de nuestra opinión sin tener que recurrir a una forma de expresión con visos de “sentencia” que evita la auto responsabilidad y el replanteamiento de nuestras opiniones, impidiendo la ampliación de la capacidad de comprensión y la consecuente ampliación de criterio

Al asumir que es nuestra opinión, estamos permeables a poder desarrollar cómo hemos llegado a ellos, permitiendo un análisis clarificador o enriquecido. Por el contrario, si nuestra expresión parte de la premisa de “verdad absoluta”, la posibilidad de análisis queda sensiblemente mermada,.

Maria Dolors Pozo