Vistas de página en total

domingo, 19 de diciembre de 2010

El árbol feo


EL ARBOL FEO

De todos los abetos vendidos  en la tienda de adornos de Navidad, Únicamente había quedado el menos agraciado; lucía con ramas separadas, sin fronda, se diría que raídas, incluso si se le miraba bien hasta parecía que su extremo superior cayera cual cara cabizbaja.
Por lo visto ningún comprador se sintió atraído por él y al mirarlo uno se decía que era la mismísima imagen del frío y el desamparo.
El vendedor, no sabía qué hacer. Se frotó la barbilla pensativo y dudó entre trocearlo para fuego o... - ¡Pero ¡claro!, -(pensó),  como estaba verde no ardería con facilidad.
Dudó..., de hecho se habían agotado las existencias y este abeto solitario le estorbaba.
Finalmente pensó que lo dejaría en la calle, a la entrada de la tienda, tal vez algún rezagado pudiera aprovecharlo, desde luego él no iba a esperar más tiempo para su venta, sus pingües beneficios le permitían cerrar el negocio y marcharse a su casa a disfrutar de la Noche Buena con su familia.
Si, (se dijo) lo haré, lo abandonaré en la puerta.
El abeto sintió el desprecio en su corazón de árbol. Sintió ser el más mísero y desgraciado Árbol de Navidad del mundo. Bajó su autoestima hasta tal punto que sus ramas descendieron, si cabe, unos centímetros más. Realmente parecía un árbol abatido. En su interior pensó que su existencia había sido totalmente en vano, no podría cumplir la misión para la que fue cultivado: Un Árbol de Navidad, alrededor del cual niños y mayores se acercarían para celebrar una época tan maravillosa del año, motivo de admiración y alegría...
Nadie colgaría de sus ramas bellos objetos, lazos, campanillas, estrellas...

Sin más dilación, el propietario agarró el árbol y lo depositó a la entrada de la tienda. Miró al cielo con un escalofrío ya empezaban a caer algunos copos de nieve, se subió el cuello del abrigo y apretó el paso hacia su hogar.

Pasaron unas horas y la temperatura cada vez era más baja. El Abeto  sintió como sus ramas se iban congelando y dejó de sentir tristeza y dolor. La nieve caía mansamente, sin viento y justo cuando tocaba sus ramas se amontonaba grácilmente, formando extrañas formas.

Clareaba ya el día de Navidad y un paseante madrugador se topó con el ahora magnifico árbol, casi cubierto de nieve pero con unas formas extrañas en cada rama que parecían sostener esculturas. El transeúnte se apartó unos metros para contemplar aquella extraña figura. Su boca se abrió con admiración y exclamó un gran Ohhh.

Al apartarse pudo ver como todos los símbolos de la Navidad se podían contemplar modelados en hielo: arriba en la cúspide una estrella blanca, luciendo perlas de agua. En otra rama: un niño en su cuna, en la otra algo parecido a una oveja pastando, más allá su pastor, en la otra un hermoso Ángel con sus alas desplegadas; Más abajo tres reyes Magos.
Rodeó el árbol y fue descubriendo figuras y más figuras y lo más hermoso: el sol incipiente en el horizonte arrancaba destellos dorados al árbol.

Las horas pasaron y lentamente se reunió una gran multitud admirando aquel extraordinario árbol de Navidad.

Mª Dolors Pozo






miércoles, 8 de diciembre de 2010

Carta a una amiga



Querida Lidia,
Ayer fue el día de la amistad y justamente me telefoneaste para contarme, una vez más, lo mal que te sentías.
Como casi siempre, te escuché y procuré decirte aquello que considero necesitas escuchar, pero hoy, desde este lugar, que tango quiero, deseo decirte algunas cosas, que a veces por teléfono o en persona resultan un tanto difíciles de decir.
Lidia, hay un momento de la vida en el que ya no podemos buscar a fuera de nosotros, no hay nadie que puede vivir tu vida o que pueda meterse en tu piel para sentir, tanto sea dolor, tristeza como alegría y dicha.
Solamente metiéndote, de verdad en tu interior y sintiendo toda la gama de las emociones y sentimientos, llegarás a la verdad, a la tuya, que es única.
Si cuentas una y otra vez tus conflictos a los demás, estos opinan proyectando en ti sus propias dificultades, no están libres de vivirlas y aunque sea de buena fe, lo único que conseguirás es estar más confundida, porque al escuchar y creer en otros, te olvidas definitivamente de ti.
Recuerda que para saborear algún manjar, únicamente sabrás a que sabe si lo comes.
También hay que correr el riesgo de equivocarse, de pedir perdón y sobre todo de vivir de primera mano tu propia vida. Si no, si vives a través de otros, bien sea por consejos o por lecturas o por cualquier otra influencia ajena a ti, dejas de ser tu para vivir desde otro ser.
Cuando hablas y hablas, huyes de sentir, te pierdes en la mente, que todo lo complica. El dolor se disipa o termina si lo sientes, si lo vives. Lo mismo que cualquier otra emoción.
Es hora ya de que crezcas, que actúes, que te responsabilices de tu vida, en su totalidad, con las carencias, con los conflictos y con lo que HAY, porque eso es lo que la vida te está pidiendo AHORA. El futuro no existe. El hoy es el resultado del ayer, y el futuro será el resultado de hoy.
Métete de lleno a vivir, deja de pensar y sobretodo ama, ama y ama, esa es la salida. Amate como eres, ama a los demás como son. Ama su esencia, olvida su personalidad. No te enredes con el ego.
Intentar cambiar a los demás y al mundo te lleva directamente a la enfermedad, porque no existe el cambio, existe el crecimiento y el comportamiento nace de ahí­ del estado evolutivo. Únicamente puedes cambiar a través de crecer, pero eso será a TI MISMA, los demás tienen la libertad, el libre albedrío de crecer o no.

Con  amor fraternal

Maria Dolors Pozo

domingo, 5 de diciembre de 2010

Impaciencia - las prisas


A veces la impaciencia se apodera de mi, o mejor dicho me impaciento; esto me sucede especialmente cuando espero la llegada del autobús, o aguardo mi turno a la espera de pagar mi cuenta en el supermercado.

Muchas veces he reflexionado sobre el extraño comportamiento de mi “paciencia”. A veces elaboro con mimo y dedicación labores de aguja que casi me dejan ciega, en las que contar lo hilos diminutos de un sutil tejido, parecería la más minuciosa de las tareas y en la que la única arma posible, a parte de la muy discutida destreza, sería sin duda la “paciencia”.

¿Cómo es entonces que la pierda con tanta facilidad en otras situaciones?
Se me ocurre que tal vez, uno de los motivos podría ser la idea descabellada de que mientras “espero” no “laboro”, es decir mientras no puedo dedicar mi tiempo a nada productivo, entro en la sensación de “pérdida de tiempo”.

Si fuese así, estaría de nuevo saliéndome del vivir en presente lo que me sucede y al instalarme en el futuro (supuestamente productivo) compararía la situación y la real, la que estoy viviendo, quedaría minusvalorado y por ende la viviría como perjudicial y  de ahí la pérdida de la valiosa “ciencia de la paz”, o sea paciencia.

Una vez más, la mente, especialmente la programa, la que dejo que actúe sin conciencia, me empuja hacia el desprecio de lo que está sucediendo, presuponiendo e imaginando que existe otra situación mejor que la que estoy viviendo; sin embargo si sencillamente me entregase por completo, sin juicio, a lo que vivo, no habría posibilidad de frustración, simplemente estaría viviendo al completo el presente, extrayendo de él, sin apenas esperarlo mucho más de lo que en principio podría parecer. Si tomamos por ejemplo la fila de gente que espera para pagr en el supermercado, estando conectada totalmente con todo mi yo, podría observar lo que sucede en el entorno, como si todo fuese por primera vez, de hecho lo es; ya que nunca antes viví ese momento. El entorno, las personas, lo que percibo en su proximidad, los objetos, así cómo me siento yo misma allí.

Mª Dolors Pozo