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jueves, 27 de enero de 2011

Relajarse para rendir más


Relajarse para rendir más

Una  de mis diversiones favoritas es observar a los gatos, por suerte tengo a mi alrededor unos 6 y a veces hasta 8, no es que vivan conmigo, pero digamos que son visitantes habituales de mi jardín. ¿Os habéis fijado cómo cazan? Pueden estar horas completamente relajados, acechando y sin perder de vista  su presa y en cuanto Ésta da señales de vida tensan su cuerpo en la justa medida para el ataque. Pero entretanto, controlan y administran su tensión sin malgastar energía.

De eso quisiera hablar, de las tensiones a las que sometemos nuestro cuerpo y mente, la mayoría de las veces de forma totalmente innecesaria y lo que es peor inútilmente! Cuando tensamos todo nuestra masa muscular a causa de estrés o de situaciones que nos ponen en situación de alerta, sometemos a nuestro cuerpo a un desgaste considerable de energía, amén de una aceleración de los latidos del corazón con el consiguiente perjuicio para el mismo, sin conseguir que esta tensión nos sirva para disponer de más atención, más rapidez mental, ni más capacidad defensiva, claro está si no estamos en una situación de emergencia física, como pudiera ser un atraco o cualquier tipo de accidente con riesgo físico, que no es el caso. Me refiero a las situaciones cotidianas de nuestra vida actual, porque evidentemente nosotros ya no cazamos para comer. Sin embargo hemos heredado esta tendencia y actitud del pasado, como si nos fuera útil en nuestro mundo actual.



Esta mañana he recibido una llamada telefónica de alguien que deseaba convencerme de algo en lo que estoy completamente en desacuerdo, he observado que al principio no sólo me he puesto tensa, sino que empezaba a enfadarme a causa de la ansiedad que en forma de respiración alta, rápida y superficial me atenazaba; en cuanto me he dado cuanta, me he tomado unos segundos para retomar mi respiración y hacerla más profunda y lenta (he aprovechado que mi interlocutor seguía hablando sin parar) y he comprendido que la persona en cuestión no era un enemigo, ni nadie que me fuese agredir con un arma, simplemente era una persona que intentaba con toda su capacidad dialéctica y de convicción, llevarme a su terreno y convencerme.

En cuanto me he tranquilizado, he hecho lo que hacen los gatos, relajarme pero con toda mi atención puesta en cada una de las palabras que me decía, ocasionalmente emitía alguna pregunta, lo que me daba la oportunidad de seguir escuchando y dejar que el otro me fuese dando información valiosísima para confirmar, en este caso, todavía más si cabía, mi postura ante el tema.

Respetando en todo momento el punto de vista del interlocutor, he ido repitiendo y repitiendo que “comprendía su punto de vista” pero no lo “compartía”. Finalmente nos hemos despedido cortésmente y “cada uno con la suya”

Os invito a que la próxima vez que os encostréis en una situación confrontativa o de discusión, probéis a relajaros, centraros en lo posible en la respiración, y escuchéis más a vuestro oponente (hablando menos, ganáis más tiempo para pensar) seguro que sacareis conclusiones más esclarecedoras y podréis rebatir, rechazar o sencillamente expresar vuestra postura con toda la tranquilidad, discernimiento y serenidad a vuestro alcance.


 Maria Dolors









domingo, 16 de enero de 2011

Incoherencias



Incoherencias

He observado en muchas ocasiones gestos, actitudes emocionales e incluso algún comentario  no correspondiente a la situación que se está viviendo.

Por ejemplo: en un encuentro con una vecina, que al parecer se “interesaba” por el estado de salud de mi esposo, tras una intervención quirúgica.Después de informarla de su estado y al hacer el intento de preguntarme cómo estaba yo con todo ello, sin que yo a penas hubiese abierto la boca, comentó con aire jocoso “ ¿Y tú, aguantando verdad?" Acompañándolo de una carcajada.

Creo que fue la primera vez en mi vida que fui capaz de preguntar directamente, qué es lo que le parecía tan gracioso ¿Mi aguante? O la intervención quirúrgica… o ¿qué?

La vecina, se quedó un tanto sorprendida e inmediatamente buscó la razón de su reacción sin encontrar una explicación lógica.
La única que le pareció aceptable, fue decirme que seguramente si ella estuviese viviendo mi experiencia, procuraría hacerlo con humor.
Un argumento sin peso y lo que es peor, con intento de “suplantación de mi vivencia” ya que nadie que no viva una experiencia puede suponer cómo sería vivirla, y mucho menos cómo lo vive otra persona.

Es un ejemplo vivido en primera persona, pero lo que quiero plantear aquí, es la cantidad de veces en las que nos vemos inmersos en conversaciones en las que nuestros interlocutores o tal vez nosotros mismos, las acompañamos de reacciones emocionales o gestos incoherentes.

En otra ocasión, encontré en la calle a una conocida, que estaba pasando por el proceso de una larga enfermedad. Me interesé por su estado y para mi sorpresa, me dio una larga explicación, acompañándola con una inmensa sonrisa en la boca.  ¿Acaso la hacía feliz estar enferma? Oh, se sentía feliz al poderla compartir… o ¿Cuál era el motivo de su expresión facial?

¿A qué se deben estas incoherencias?

Ante algo triste ¿sonreír?
Ante un buen logro ¿minusvalorar?
Ante un éxito ¿minimizar
Ante un obsequio, ¿bromear sobre su valor?
Entre otras muchas.

Y lo más importante, ¿Por qué no somos capaces de encarar?

Creo que sería realmente enriquecedor para todos, que ante una  actitud incoherente, preguntemos, con tranquilidad, sin carga emocional, el motivo de ésta.

La resolución de la incoherencia, aportará conexión profunda entre los interlocutores, ya que ambos podrán “darse cuenta” de la procedencia de ésta.

Maria Dolors Pozo



jueves, 6 de enero de 2011

Soledad



Seamos sociales o no; con una vida social intensa o parca, es decir tengamos la tendencia social que tengamos, invariablemente en algún momento de nuestra vida nos ha visitado la soledad o la sensación de sentirnos solos, aislados.

¿Cómo es que nos invade esta sensación?

En ocasiones coincide con una ruptura amorosa, y éste no es el caso. Se puede comprender perfectamente que después de una ruptura amorosa, se viva un completo duelo e incluso la sensación de total abandono. Esto es puntual. Pero la mayoría de las veces no es así. La mayoría de las veces el sentirse sól@ no tiene que ver con rupturas o con la cantidad de relaciones que sostengamos en nuestra vida, tiene que ver en cómo no relacionamos con estas.

Si estas pasando por uno de esos momentos, en los que te parece que nadie te comprende o que te sientes apartada del “mundo”, vale la pena que te detengas y te preguntes “¿a quién he apartado yo de mi vida?” , ¿Por qué? Y ¿Para qué?

A veces no somos conscientes de que nos apartamos de nuestros familiares, amigos o conocidos en busca de una perfección en las relaciones dejando de lado las “únicas” relaciones que por el momento tenemos, argumentando en nuestro interior que son relaciones de alguna manera “no aptas”. En realidad estamos proyectando nuestras deficiencias en los otros, sin tener en cuenta que “los demás” son perfectos. Están en su punto evolutivo personal y que es únicamente nuestra censura, crítica y falta de aceptación del otro lo que nos hace considerarlos “no aptos” para nosotros.

Este mecanismo actúa de forma muy sútil, pero implacable llevándonos inexorablemente a la sensación de soledad ya que de hecho lo que hacemos comportándonos de esta forma, es “aislarnos” apartándonos y sufrir en primera persona lo que en realidad estamos haciendo a los demás.

No hace falta argumentar mucho para comprender que detrás de esta actitud hay mucho orgullo, ya que si apartamos a los demás desdeñosamente, nos colocamos en una posición de ser “mejores” o “diferentes”, aunque a veces esté disfrazado de la sensación de sentirse “incomprendido” o del convencimiento de que será muy difícil encontrar a alguien con quien compartir nuestros sentimientos o inquietudes. Este comportamiento no sólo nos aisla sino que puede empujarnos a un camino que desembocará en una posible depresión.

Aislarnos ocasionalmente para reflexionar o sencillamente para reencontrarnos con nosotros mismos es aconsejable y recomendable, pero no ser capaces de relacionarnos sanamente con nuestro entorno es un síntoma inequívoco de que algo anda mal en nuestro interior.

¿De verdad somos tan diferentes de nuestros semejantes? Seguro que no.

María Dolors


lunes, 3 de enero de 2011

La necesidad de exagerar

La necesidad de exagerar

¿Se han dado cuenta de la tendencia de algunas personas de exagerar sus emociones, sentimientos o grados de relación interpersonal?

Asi, cuando se están refiriendo a alguien que visiblemente conocen de pasada, pertinazmente, suele decir “somos muy amigos”. ¿Qué se pretende con esto? ¿Hacer creer al otro una amistad inexistente? O tal vez obecede a afirmar lo que le gustaría que fuese, aunque tan sólo sea para impresionar a su interlocurtor. Porque el que afirma este grado de relación, “sabe” perfectamente cual es la realidad.

A mi me parece que la necesidad de exagerar el grado de relación o el ir insistiendo mucho en el cariño o amor que se le tiene a alguien, suele venir de personas que tienen cierta dificultad en “sentir” y para poder contactar con sus auténticos sentimientos, los exageran, los realzan, incluso se atribuyen grados de parentescos inexistentes como “somos como hermanos” o “te quiero como a una hija/o”. etc

Me pregunto, entonces, a sus familiares más directos o allegados ¿Qué les dirán? Te quiero como a Dios… o ¿cómo los quieren?

Está claro que no hay ninguna mala intención en estas actitudes, únicamente a fuerza de utilizar verbalmente las demostraciones afectivas, con personas por las que realmente no “sienten” tanto afecto. Cuando se enfrentan ante otras por las que tal vez,  sientan por ellas más cariño, tienen que exagerar sus demostraciones para que sean creibles (especialmente para si mismas)

Hay muchas personas que tienen dificultades a la hora de expresar emociones o demostraciones afectivas y precissamente suelen ser las que tienen mucho más contacto interior con el sentir. A estas tal vez les vendría bien “exagerar” un poquitín para soltarse en las demostraciones.

En cambio a los emocionales, a los que se sienten compulsados a “elevar la nota”. A estos les vendría bien tomarse un tiempo, centrarse en la zona del corazón y dejarse sentir en profundidad, para detectar claramente el grado de la emoción que sienten y posteriormente expresarla, intentando ajustarse más a lo que realmente sienten.

Mª Dolors Pozo