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lunes, 29 de agosto de 2011

El rencor

EL RENCOR

De todas las emociones por las que puede pasar el ser humano, el rencor es quizá una de las más dañinas y deteriorantes para la evolución humana.

Se han escrito miles de palabras para describir los efectos perjudiciales anímicos y físicos de esta emoción, así como la necesidad de poner olvido donde hay rencor, Hay quien considera que el perdón es el gran bálsamo para el resentimiento, en mi opinión echar mano del perdón, es situarse, metafóricamente hablando, en un peldaño por encima de los demás, ya que el perdón tiene connotaciones de superior a inferior y como veremos no es el caso. Pero hoy quisiera ampliar un poco más lo que se esconde detrás del rencor.

La persona resentida o que no consigue olvidar definitivamente lo que considera una afrenta o alguna acción que le hirió profundamente, está afectada de orgullo.

El orgullo esconde el sentimiento profundo de ser superior a los demás y amparándose en este sentir considera que los demás NO PUEDEN hacer lo que le han hecho. Debido a la importancia que da a su persona, aunque  en realidad no es más que su ego.

También detrás del rencor hay falta de generosidad, hacia uno mismo y hacia los demás, porque al no darse la oportunidad de olvidar el daño recibido no hace más que insistir en lo que supone dolor inflingido, reviviéndolo constantemente autoinflingiéndose más daño, Esto sería a sí mismo. Hacia los demás, niegan la posibilidad de restitución o de arrepentimiento, incluso de no considerar al otro como un humano sometido a los errores propios de los límites de esta existencia.

El gran error del rencoroso es la convincción de que manteniendo su sentimiento negativo, castiga de alguna manera a la persona que considera le causó daño, siendo todo lo contrario, ya que el que mantiene vivo el rencor, es el que verdaderamente sufre. Porque el otro, él o los causantes del agravio, la mayoría de las veces permanecen ajenos al sentimiento rencoroso.

Delante del rencor el gran aliado para superarlo es la humildad. Recurrir a esta virtud nos sitúa en la igualdad con el otro y por tanto en la comprensión y aceptación profunda de que todos cometemos errores propios de nuestra simple y llana humanidad y que éstos son candidatos a subsanación, aunque únicamente sea por comprensión y arrepentimiento interior del causante del daño.

Maria Dolors Pozo

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