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sábado, 6 de noviembre de 2010

Pensar bien, pensar mal

Pensar bien, pensar mal.


El otro día conversando con una amiga,  me contaba que estaba sorprendida porque no podía contactar con un familiar y empezó a explicar que lo más probable es que no quisiera ponerse al teléfono, o que tal vez le hubiera pasado algo terrible, et. Le pregunté cual era la razón de pensar en cosas tan dramáticas y si se había planteado que tal vez estaba muy ocupado o sencillamente deseaba aislarse una temporada sin que eso significase ruptura u olvido. Mi amiga insistía en que eso no era posible, y añadía un sin fin de argumentos que más parecían tema para una novela que algo posible.

Después de este encuentro. caí en la cuenta de la tendencia que tenemos a veces de pensar en el lado malo de las cosas,  de adivinar las “malas intenciones” de los demás, o sencillamente esperar “lo peor”.

¿Os pasado alguna vez? Supongo que si,  todos hemos vivenciado esto ante situaciones importantes en nuestra vida. En las relaciones familiares, de amistad o en definitiva de cualquier índole. Pensamientos de sospecha que nos han empujado a sencillamente  “pensar mal” de alguien “a priori”.

¿Qué es lo que nos empuja, de ambas opciones, a que escoger  la negativa o la peor? ¿el miedo? ¿orgullo, tal vez? ¿Cómo es que en situaciones inusuales, optamos por ese lado tremendista? Realmente, aquel conocido refrán de “Piensa mal y acertarás”, ¿se ha corroborado tanto en nuestras vidas?, o en la mayoría de situaciones en las que nos ha asaltado la duda y después de debatirnos en un montón de imaginarias situaciones, siempre fatalistas, ¿han devenido finalmente en una lógica, natural, totalmente clara explicación y en definitivo con buena resolución?. Seguro que en la mayoría de los casos ha sido lo último ¿Verdad?

Entonces, de ¿dónde surge esta tendencia a desconfiar?

En mi experiencia, he comprobado que muchas veces anticipamos lo negativo en un intento de evitarnos sufrir con lo real y entonces lo que hacemos es sufrir “por adelantado”. Hacemos  algo así como para que “no nos pillen por sorpresa” anticipo el sufrimiento, ya que entonces la frustración causada se nos antoja más doloroso por inesperada.

Y, en vuestra experiencia ¿De donde surge esta reacción?

Si en lugar de anticipar un acontecimiento, bien sea bueno o malo, silenciaramos nuestra mente poniendo freno a nuestra imaginación y  esperásemos a que éstos nos muestren la realidad, sabiendo que en el caso de que ésta fuese adversa, por lo menos, nos habremos ahorrado uno de los dos sufrimientos, además viviríamos la experiencia como única, como lo que es, sin la distorsión que causa la influencia de la imaginación.

Instalarse en el presente nos brinda la oportunidad de afrontar cada experiencia, cada nueva situación, sin el filtro de lo experimentado en el pasado que probablemente nos incitaría a reaccionar de la misma manera conocida, impidiendo afrontar cada nuevo reto con recursos nacidos de nuestro continuo desarrollo personal.

Maria Dolors Pozo

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